Hacía mucho que no me sentaba a escribir. Sin embargo, esta mañana dimos un paseo por la costa del Castillo del Romeral y Juncalillo, y me recordó parte de una de las historias que tengo pendiente, desde hace mucho. Esto es un poco más sobre la que menos avanzada tengo: 42 de Noviembre.
Era inconcedible. Ya habían pasado los 4748 días acordados, trece años.
Demasiado tiempo desde que visitara aquella orilla por última vez.
En aquel entonces se habían encontrado en ese mismo lugar, y habían prometido reencontrarse al día siguiente. Sin embargo, ambos sabían que eso no sucedería.
Bajó la mirada y observó los callados y la ténue luz del sol que reflejaban los pequeños charcos de agua salada, apenas descongelados. La noche era casi absoluta, como venía sucediendo desde entonces. Una oscuridad que crecía paciente e incesantemente.
-Va a ser bonito.- Susurró para sí. Y sus palabras sonaron extrañas en sus propios oídos. ¿De verdad era esa su voz? Apenas lo recordaba.
Descendió entonces por la costa con los pies desnudos, haciendo equilibrio sobre las piedras que chocaban entre sí y hacían crujir cristales de hielo que cortaban las plantas de sus pies. Atrás iba dejando un camino de manchas rojas sobre roca negra que no se molestó en mirar.
Más adelante se abría el mar, oscuro y calmo.
Sin dudar avanzó y se sumergió en él, por completo.
El dolor era insoportable. Las gélidas aguas envolvieron su cuerpo y agarrotaron hasta el último de sus músculos. Sentía cómo se tensaban tanto que le hacía temer que se le romperían los huesos.
Pensó en el cielo. Un vacío oscuro e insondable como el océano en el que se hundía. La estación debería estar flotando ahí arriba.
Y entonces sucedió: Un ligero destello, lejano en la profundidad, comenzó a latir débilmente.
En segundos la temperatura del mar comenzó a subir. Por desgracia o por fortuna, su cuerpo ya era incapaz de sentir nada. La luz comenzó a extenderse a su alrededor y todas las moléculas de agua comenzaron a vibrar siguiendo una reacción en cadena. Primero había perdido el tacto, ahora el oído y la vista. De cualquier manera, sabía lo que sucedía, pequeños destellos surgían por todos lados. Aún así, no pudo ver cómo su piel se deshacía como el humo y se arremolinaba a su alrededor arrastrada por el flujo.
Con el último hilo de su consciencia mantuvo en su memoria el calor de aquel día, el abrazo, el beso.
Finalmente, ondas de choque desmenuzaron los últimos pedazos de su cuerpo.
El atroz momento había llegado. La luz lo llenó todo.
Un final horrible y bello a la vez. Un comienzo hermoso amén de repulsivo y aterrador.